Una escuela que lleva el nombre de Otilia
En Jovita hay una escuela que lleva el nombre de Otilia de Tovagliari quien fue una docente que vivió y enseñó en mi pueblo...
Ante el inminente inicio del ciclo lectivo 2002, viendo todo el movimiento gremial y siendo yo docente... mi padre me preguntó (un poco indignado) si se iniciarían las clases... me pregunto –dijo- si alguna escuela de este país llevará alguna vez el nombre de esas gremialistas que se “tildan”de docentes...
Te voy a contar algo:
Cuando yo comencé segundo grado (tendría entonces 7 u 8 años) vivíamos en el campo y para que pudiera ir a la escuela mis padres me mandaron en “pensión” a la casa de una tía... Imagínate el desarraigo de un chico hace sesenta años, poco acostumbrado a salir y mucho menos a estar lejos de su familia, pero la ilusión por “estudiar” era enorme y mi maestra era: “doña Otilia”...
A pocos días de iniciar las clases ella nos pidió que trajésemos un libro (cualquiera) para poder leer...
Yo tenía un libro de mi hermano (no me olvido, tenía tapas rojas y estaba bastante usado) pero feliz lo llevé ya que cumplía con su solicitud y al llegar al aula pidió que pasara a leer, apenas había comenzado cuando el viejo libro se me deshojó y cayó ruidosamente en el suelo... Ante la mirada atónita de todos me puse a llorar y la señorita les dijo a los demás alumnos ¡vayan al recreo, chicos! y a mí me tomó en sus brazos y consolándome me dijo:
- No te preocupes, que cuando llegues a tu casa tu mamá te lo va a arreglar...
- Es que mi mamá no vive acá y mi tía no me lo va a poder arreglar... le dije entre sollozos...
- Entonces esta tarde, vení a mi casa que lo vamos a arreglar.
A la hora estipulada, estaba yo con el puñado de hojas y las tapas de aquel libro, ella las acomodó una a una y mientras conversaba conmigo cosió con aguja e hilo todas las hojas, hizo un “engrudo” con un poco de harina y agua (ya que en aquel tiempo no había otro adhesivo) y cuidadosamente pegó la tapa...
- Eso nunca lo voy a olvidar (me dijo mi “viejo”) me lo imagino con ojitos grandes y en la puerta de aquella casa en la que vivía su maestra diciéndole: ¿Cómo se lo puedo pagar?
- No hay nada que pagar –dice que ella le contestó- porque yo soy tu segunda mamá...
Cuando terminó de contarme... tanto mis ojos como los de él estaban inundados de lágrimas y pensé: Es cierto... los sueldos de los docentes siempre fueron bajos, esa sabida frase “Más hambre que maestro de escuela” no es nueva... ¿no? Sin embargo hubo y habrá muchas docentes que no esperan ese “incentivo” para comenzar a dar clases, sino tomémonos la molestia de mirar en la lista de nuestros alumnos y veamos cuantos de sus padres tienen sueldos más de hambre que nosotros “los docentes".
Esta nota llegó por e-mail y está firmada con nombre y apellido de una docente actual, pero por razones de privacidad queda en nuestros archivos.
Ante el inminente inicio del ciclo lectivo 2002, viendo todo el movimiento gremial y siendo yo docente... mi padre me preguntó (un poco indignado) si se iniciarían las clases... me pregunto –dijo- si alguna escuela de este país llevará alguna vez el nombre de esas gremialistas que se “tildan”de docentes...
Te voy a contar algo:
Cuando yo comencé segundo grado (tendría entonces 7 u 8 años) vivíamos en el campo y para que pudiera ir a la escuela mis padres me mandaron en “pensión” a la casa de una tía... Imagínate el desarraigo de un chico hace sesenta años, poco acostumbrado a salir y mucho menos a estar lejos de su familia, pero la ilusión por “estudiar” era enorme y mi maestra era: “doña Otilia”...
A pocos días de iniciar las clases ella nos pidió que trajésemos un libro (cualquiera) para poder leer...
Yo tenía un libro de mi hermano (no me olvido, tenía tapas rojas y estaba bastante usado) pero feliz lo llevé ya que cumplía con su solicitud y al llegar al aula pidió que pasara a leer, apenas había comenzado cuando el viejo libro se me deshojó y cayó ruidosamente en el suelo... Ante la mirada atónita de todos me puse a llorar y la señorita les dijo a los demás alumnos ¡vayan al recreo, chicos! y a mí me tomó en sus brazos y consolándome me dijo:
- No te preocupes, que cuando llegues a tu casa tu mamá te lo va a arreglar...
- Es que mi mamá no vive acá y mi tía no me lo va a poder arreglar... le dije entre sollozos...
- Entonces esta tarde, vení a mi casa que lo vamos a arreglar.
A la hora estipulada, estaba yo con el puñado de hojas y las tapas de aquel libro, ella las acomodó una a una y mientras conversaba conmigo cosió con aguja e hilo todas las hojas, hizo un “engrudo” con un poco de harina y agua (ya que en aquel tiempo no había otro adhesivo) y cuidadosamente pegó la tapa...
- Eso nunca lo voy a olvidar (me dijo mi “viejo”) me lo imagino con ojitos grandes y en la puerta de aquella casa en la que vivía su maestra diciéndole: ¿Cómo se lo puedo pagar?
- No hay nada que pagar –dice que ella le contestó- porque yo soy tu segunda mamá...
Cuando terminó de contarme... tanto mis ojos como los de él estaban inundados de lágrimas y pensé: Es cierto... los sueldos de los docentes siempre fueron bajos, esa sabida frase “Más hambre que maestro de escuela” no es nueva... ¿no? Sin embargo hubo y habrá muchas docentes que no esperan ese “incentivo” para comenzar a dar clases, sino tomémonos la molestia de mirar en la lista de nuestros alumnos y veamos cuantos de sus padres tienen sueldos más de hambre que nosotros “los docentes".
Esta nota llegó por e-mail y está firmada con nombre y apellido de una docente actual, pero por razones de privacidad queda en nuestros archivos.